Publicado en 2015 en la editorial « Jmdesbois » bajo el título de Les sept fontaines, aquí ofrecemos un pequeño fragmento de este relato de Méndez Guédez.
LAS SIETE FUENTES
(FRAGMENTO)
« Aix en Provence », dijo Rafael al otro lado del teléfono.
Pablo sonrió ante la seguridad que emanaba de la frase. Había pasado horas mirando ciudades o pueblos europeos que pudiesen responder a la descripción del mensaje, pero ahora, su amigo y colaborador le señalaba con nitidez la respuesta. Pablo le preguntó cómo podía estar tan seguro y después de una sonora carcajada Rafael le respondió.
– La frase del correo no es una frase cualquiera…es una cita de Mauppassant, está en Itinerarios, su libro de viajes. Alli dice : « Aix en Provence, la ciudad donde cantan las aguas en sus fuentes ». La persona que buscas, leyó ese libro y se aprendió esa frase. ¿Es alguien importante para ti?
– Eso no importa. Mejor que no sepas nada sobre ese tema, pero joder, que memoria tienes-, respondió Pablo.
– No tanta. Itinerarios es un libro que apareció poco antes de que yo trabajase contigo. La frase original era más larga, pero algún miserable corrector la dejó a medias, la frase entera decía: « la ciudad donde cantan y curan las aguas en sus fuentes ». Aix en Provence tuvo mucho tiempo aguas termales donde las personas iban a aliviarse. Y no es raro que yo recuerde esas páginas, estamos hablando de un libro inédito de Maupassant que se publicó muchos años después de su muerte…pero como imaginarás no lo escribió él ; me lo inventé yo por completo y lo coloqué en una editorial en Caracas y en otra en Bogotá. Allí verás el crédito que me asigné en este caso, Rafael Bolívar Coronado: traductor.
Pablo le respondió con un carraspeo. Era la señal convenida para cortar un diálogo. De sobra conocía la impunidad con que se espiaban las conversaciones de la gente. Cualquier excusa era buena para que un servicio de inteligencia interviniese un teléfono y copiase cada una de las palabras que allí se pronunciaban. Él sabía que su trabajo en Salamanca era muy suculento para distintos grupos de espionaje en el mundo entero. Nada les haría más felices que hincarle el diente a la información que allí podían encontrar.
Todo se inició años atrás en Madrid. Pablo había concluido un posgrado en gestión editorial en México. Allí se casó, pero ávido de oportunidades se mudó a España con su esposa. Después de trabajar como becario en dos o tres editoriales en las que corregía pruebas y sacaba fotocopias sin cobrar un euro, fue contactado un viernes por un importante servicio de espionaje internacional que se encontraba realizando nuevas captaciones. Él hablaba cuatro idiomas, tenía una excelente memoria visual, era prudente, y poseía gran habilidad a la hora de relacionarse con las personas y sacarles información. Les interesaba conversar con él.
En efecto, sus prometedores rasgos fueron confirmados por los exámenes de ingreso, pero en la prueba final cinco personas obtuvieron mejores calificaciones. Los jefes no le cerraron las puertas. Le advirtieron que lo volverían a llamar en caso de que alguno de los seleccionados no diese la talla.
Quedó aturdido. Su esposa estaba embarazada de mellizos. Necesitaban dinero.
En noches desesperanzadas, Pablo imaginaba que robaba un banco o que abría los brazos y se lanzaba por un balcón.
Cuando nacieron los niños, Rafael, un antiguo compañero de la universidad que también se había mudado a España, le prestó los euros necesarios para pagar la cesárea.
Pablo le preguntó a su amigo como obtenía los ocasionales billetes que llevaba en la cartera.
– Lo consigo gracias al nombre de otros, Pablo. Me gusta escribir, pero nadie me quiere publicar. Así que me invento libros de otros : unas crónicas de un conquistador extremeño del siglo XVI, una vida de santos de un sacerdote portugués de la edad media, unos libros de viaje de Maupassant que nadie ha traducido al español, unas cartas perdidas entre Cézanne y Zola, una antología de poetas bolivianos del XIX, un cuento de Pavese de tema latinoamericano, unos sonetos de Ramos Sucre, tres proyectos de novela de Jorge Luis Borges…todo sirve, todo surge de mis manos y se convierte en algo ajeno, algo propio y muy hondo. Ya lo dijo Nietzsche : « todo lo que es profundo ama la máscara ». Te juro que me quedan estupendos esos escritos. Es como si yo fuese un médium que desciende hacia esos libros que esos autores no fueron capaces de imaginar.
Pablo sonrió al escuchar esas palabras. Le resultó divertido, pero además le pareció que en el fondo, su amigo Rafael condensaba un cierto sentido de lo literario : el temblor de palabras que podían pertenecer por igual a un asirio de cabellos lanudos en el siglo V antes de Cristo o a una mujer neoyorquina de piel cobriza en cualquier día del año 2015.
La escritura nacía de un nombre que el tiempo se encargaba de socavar y convertir en un agregado que el texto incorporaba como otro momento más de sus ficciones. Los textos terminarían siendo, tarde o temprano, párrafos anónimos o firmados por nombres que ya nada significarían cuando el tiempo esparciera sobre ellos su capa feroz de óxido, olvido y moho.
Esa noche, mientras alternativamente cargaba en brazos a sus dos hijos, Pablo pensó en cuál podía ser el modo de aprovechar un talento como el de Rafael. Ser nadie al escribir, para ser todos.
Al amanecer, su cerebro se iluminó. Miró a sus bebés que dormían : frágiles, hermosamente feos como pequeños gusanos sonrosados. Sintió por ellos una ternura devastadora, animal.
Pidió a la organización de espionaje que enviasen de urgencia a alguno de sus representantes.
Días después se encontraron en la calle Las Velas de Salamanca. Pablo fue conciso: sabía que las organizaciones debían realizar pagos cuantiosos a diversos informantes, a espías de otros lugares, a militares de distintos países, a políticos, periodistas, profesores, funcionarios de alto y mediano rango. Esos pagos no podían dejar huellas demasiado visibles. Pablo les ofrecía la manera de darle una fachada legal a esas operaciones económicas. Crear una editorial en una ciudad pequeña como Salamanca, publicar supuestos libros de esas personas y pagarles anticipos con las cantidades que la organización les había ofrecido por sus trabajos.
– ¿Y qué pasará cuando se trata de un nombre demasiado secreto? – le dijo el agente con un gesto alzado en sus cejas que denotaba verdadero interés.
– Firmarán el libro con seudónimo y en la documentación interna de la editorial se hará la gestión a nombre del verdadero beneficiario, pero eso nadie lo verá, una editorial es un negocio demasiado opaco, jamás despertará sospechas.
– ¿Y los libros? ¿Qué sucederá con los libros?
– Quedará uno depositado en la Biblioteca Nacional de España…quizás algún otro en Nueva York…unos pocos los distribuiré en librerías pequeñas y luego me serán devueltos. Si alguien pregunta qué pasó con la edición, diré la verdad, que van a una fundación en Panamá que los obsequia a bibliotecas del mundo. Esa fundación la crearé yo mismo y lo que haré con los libros será reciclar el papel para hacer nuevos títulos.
Tardaron quince días en darle la respuesta, una respuesta sobria, escueta, que no podía ocultar el entusiasmo que les producía ese ingenioso mecanismo.
Pablo se lanzó con fragor sobre su proyecto. El primer año publicó veinte títulos. No vendió ni un libro.
Estaba feliz.
(…)